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Los dioses mayas en Nueva York

tiempos y en todos los lugares han enfrentado: ¿Cómo dar forma al poder divino? Es importante destacar la importancia del papel que el arte maya desempeñaba para una gente en gran parte analfabeta, como narrador de sus mitos y creencias. Aunque el sistema de escritura está compuesto por más de 1,000 jeroglíficos, la literatura y la escritura eran dominio de la élite. La antigua espiritualidad maya se descifra principalmente a través de estos objetos preciosos que documentan las historias y etapas de la vida de varias deidades mayas durante el período Clásico. En su apogeo, la civilización maya se desarrolló en más de 40 ciudades en

Mesoamérica, cada una con su propio dialecto. El hilo que las unía en ese entonces, y hoy, son las creencias y prácticas religiosas que comparten. El texto introductorio a la muestra anota que en la creencia maya, los dioses siguen un ciclo de vida similar al de los humanos: son engendrados, nacen y mueren … “y veneraban múltiples divinidades que regían sobre distintos aspectos de la vida: los ciclos del día y la noche, los recursos de la tierra y su aprovechamiento, incluidas las lluvias y las cosechas”. Para ellos el universo consiste en tres partes íntimamente relacionadas: la tierra (kab), el cielo (kan) compuesto de 13 esferas, y el inframundo

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(xibalbá) con nueve niveles, cada uno con su propio dios. Para las deidades los niveles eran fluidos, permitiéndoles asumir diferentes formas, creando una multitud de dioses difícil de catalogar. El rey de las deidades es el viejo Itzamnaaj, quien aparece o es nombrado en varias obras. La nobleza maya, también dotada de divinidad, conmemoraba sus v ínculos con lo divino mediante elaboradas obras de arte.

El Met ha categorizado la exposición en siete secciones principales: Creaciones, Día, Noche, Lluvia, Maíz, Conocimiento y

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Dioses Patronos, temas importantes en la cosmología que evocan un mundo en que los reinos de lo divino, lo humano y lo natural se interrelacionan y entrecruzan. Con tantas obras excepcionales, talladas con representaciones cargadas de simbolismo que no están al alcance de la comprensión de esta (cronista) entusiasta inexperta, mi modus operandi es dejar que el ojo me lleve a donde la estética me llama.

Antes de mi visita al Met, acudo al Popol Vuh, el libro sagrado de los k’iché maya de la creación del mundo, con la gran esperanza de poder obtener alguna orientación para ayudar a dar sentido a las obras. Entro en la primera sala, Creaciones, centrada en los hechos mitológicos de la cultura maya, vinculados con el origen del mundo. La leyenda dice que el mundo fue creado por la Serpiente Emplumada Soberana, Xpiyacoc y Xmucané. Las deidades creadoras trazan el mundo que quieren crear. Eventualmente crean el paisaje y los animales, y buscan crear personas que los adoren en la tierra.

Las obras preservan las imágenes de los dioses, recogen los mitos sobre sus vidas y sus luchas, que llevaron a la formación del mundo y sus habitantes. Entre este grupo se encuentra una vasija cuadrada, brillante obra del artista maya Lo’ Took’ Akan Xok (siglo VIII), original de Naranjo o sus alrededores, Petén (Guatemala). El artista pinta a un viejo dios con orejas de jaguar, fumando, que preside una asamblea de diez dioses (sus nombres figuran en el diseño). La leyenda jeroglífica asociada indica que el grupo de dioses se reúne en el K’inchil, el Gran Lugar del Sol, el 11 de agosto de 3114 a. de C., una fecha mítica muy anterior a la existencia de las ciudades o la escritura en esta parte del mundo. Este evento mítico, entre otros, puso el mundo en orden y creó condiciones para la llegada de personas y la formación de ciudades y reinos. Increíblemente, toda esta leyenda está hábilmente ilustrada en un espacio de sólo 24.5 milímetros.

También ahí se encuentra la parte posterior de un trono proveniente del área del Río Usumacinta, Guatemala o México (600 d. de C. - 909, d. de C.), que representa la interacción entre la nobleza maya y sus dioses. Tallado en silueta, un noble barbudo y su compañero observan una pequeña figura con cuerpo humano, brazos emplumados y cabeza de jaguar, un mensajero del viejo dios celestial Itzamnaaj. Claramente los dos hombres parecen escuchar lo que Itzamnaaj les manda decir. Cuenta la mitología maya que las primeras personas sobre la tierra vivían miserablemente en una oscuridad caótica poblada de criaturas temerosas. Los salones Día y Noche revelan la tensión entre los dioses del día, como K’inich, el Dios Sol, asociado con fuerzas que dan vida, y los dioses nocturnos como el Dios Jaguar. Dice la leyenda que el primer sol, el Día, secó la tierra eventualmente permitiendo a la gente crear comunidades y sembrar sus cosechas de maíz, casava y cacao, y venciendo así a la Noche. Estudiosos comentan que los gobernantes se identificaban estrechamente con el poder del sol, y a menudo agregaban el título K’inich a su nombre. Al morir, muchos reyes fueron representados como nuevos soles en el cielo, supervisando el desempeño de los deberes reales de sus sucesores.

Los jaguares, poderosos cazadores nocturnos en el área maya, ocupan un lugar destacado en las imágenes de los dioses de la noche, agresivos y belicosos tallados en jade, en miniatura, o grandes relieves en cerámica. Entre ellos reside la hermosa Diosa de la Luna, a veces identificada en los textos como la esposa o la madre del rey sol, quien está representada en varias narraciones sobre vasijas a lo largo de esta sección.

La relación entre el pueblo maya y las deidades de los recursos naturales se concentra en las secciones Lluvia y Maíz. La importancia del Dios del Maíz, un alimento indispensable en la dieta y economía mayas, es evidente en las numerosas obras que exhiben múltiples representaciones de su nacimiento, vida, muerte, y renacimiento relacionado con este cultivo fundamental. El Popol Vuh cuenta que después de varias fallas en la creación del hombre, finalmente hacen a la gente de maíz. “Para un pueblo hambriento e inactivo, la única forma en la que Dios puede aparecer es en la de comida y trabajo” dice Miguel Angel Asturias, premio nobel de literatura y traductor del Popol Vuh.

Entre las excepcionales piezas se encuentra el recipiente estilo códice que muestra el renacimiento del Dios del Maíz (Campeche, México, 650 - 800). Trazado en líneas finas, el dios se ve recostado sobre nubes o vegetación.

A unos pasos vemos una delicada miniatura en cerámica donde emerge el Dios del Maíz (México, 600 - 900).

Un video de la lluvia sobre la selva de Guatemala, el ruido del agua sobre el dosel verde de los árboles contextualiza las obras en el apartado Lluvia, donde se destaca el poder de las deidades de los fenómenos pluviales, Chahk; y K’awiil, la fertilidad y la abundancia. Aquí se incluye un panel de una mujer noble, obra de K’in Lakam Chahk y Jun Nat Omootz (Río Usumacinta, Guatemala o México, siglo VIII) que tiene en las manos a K’awiil, el Dios del Rayo. Él se inclina hacia ella como si estuvieran conversando. Ritos al Dios de la Lluvia, primordial para el sustento de las comunidades, aún se celebran.

En la sala del Conocimiento que se adentra en el trabajo de los escribas, tuve una inesperada sorpresa. Estudiando las obras me enteré de que las deidades con atributos de mono eran patronos de los escribas, artistas y pintores. Recientemente leí El mono gramático, escrito por Octavio Paz durante su estadía en India, curiosa por saber sobre su entendimiento de Hanuman, el dios hindú de sabiduría. Una coincidencia, tal vez. Pensar que el mico literato andaba por Mesoamérica.

Algunas piezas ilustran las deidades escribiendo. En un vaso fragmentado se distingue a un escriba que parece ser el Dios del Maíz leyendo un libro grande forrado con piel de jaguar. En otra vasija, dos dioses ancianos leen en voz alta a jóvenes aprendices; como si fuese un precursor de las novelas gráficas modernas, líneas finas unen sus bocas con los números y las palabras que pronuncian. Hay un dije tallado en una concha en forma de cabeza de mono (Aguateca, Guatemala, siglo VIII). Y dioses patronos introducen una serie de piezas que muestran a reyes y reinas adoptando distintos atributos de los dioses. En la última sala dedicada a dioses patronos, me encontré frente al Trono con dos reyes en los ojos de la montaña, obra de K’in Lakam Chahk y Patlajte’ K’awiil Mo (siglo VIII). La pieza de Piedras Negras, préstamo del Museo Nacional de Arqueología y Etnología en la ciudad de Guatemala, es monumental, imponente, demanda respeto. Es fácil imaginar algún rey reclinado sobre pieles de jaguar, en sus vestimentas lujosas. El texto correspondiente explica que las dos figuras de perfil probablemente sean los retratos del rey K’inich Yat Ahk III, y un cortesano, nombrado en el texto ubicado en la parte superior del respaldo. Los jeroglíficos tallados en las patas del explican que el rey superó una situación política compleja al asumir el mando, y alaba a los poderes dinásticos y divinos que favorecieron su mandato.

Ya sobre la Quinta Avenida tengo la sensación de haber salido de un reino mágico. Me sorprende la noción de que las obras extraordinarias y la elaborada cosmología que representan son creaciones de la mente humana. Mirando a un cielo brillante y soleado, me pregunto: ¿Cómo vieron los mayas?

James Doyle, quien fuera el curador asistente del Arte de la América Antigua del Met, concibió originalmente la exposición. Participaron en la organización la curadora de arte americano antiguo del museo, Joanne Pillsbury; la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia del INAH y curadora asociada en este mismo recinto, Laura Filloy Nadal; el profesor adjunto de antropología en la Universidad de Yale, Oswaldo Chinchilla Mazariegos, y Jennifer Casler Price, curadora de arte asiático, africano y americano antiguo del Museo de Arte Kimbell.

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