Devocional
OBEDECIENDO
AL LLAMADO “Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Hechos 9:5, 6
Rev. José Arturo Soto B.
LA CONVERSIÓN de Saulo de Tarso marcó una etapa importante y crucial en la historia de la Iglesia, y asimismo fue la bisagra que abrió la puerta a una visión más amplia del propósito de Dios dentro de Su obra. Saulo de Tarso, de ser un perseguidor de la iglesia del Señor pasó a ser un siervo de Jesucristo. Convencido de que hacía lo correcto, Saulo de Tarso, perseguía a los cristianos sin misericordia con la meta de extirpar de ellos la fe en Jesucristo. “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a
mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hch. 8:3).
Definitivamente, Saulo ignoraba que él era una marioneta en las manos del diablo, y que éste estaba usando su fanatismo religioso para perpetrar sus ataques contra la iglesia de Cristo. Dios estaba esperando, pues, el momento oportuno para cruzarse en el camino de Saulo. Y ese momento llegó cuando éste se estaba dirigiendo a Damasco, con la intención de atacar y arrestar a los cristianos refugiados allí. Cuando Cristo se reveló a Saulo, éste le abrió su corazón e hizo una pregunta que cambiaría para siempre su existencia: “¿Qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:6). Aquella alma salvada inmediatamente se puso a la disposición de su Salvador. Saulo de Tarso, ahora, como el gran apóstol Pablo, conoció los retos y los sufrimientos
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MOVIMIENTO MISIONERO MUNDIAL
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de la vida de servicio al Señor. “Él, temblando y te-
meroso, dijo: Señor, ¿qué quie-
res que yo haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad, y se te
dirá lo que debes hacer” (Hch. 9:6). Saulo se per-
cató que había quedado ciego; mas siguiendo las directrices de Dios, entró en Damasco y esperó allí hasta que el Señor le dijera lo que tenía que hacer. Así lo hizo, y estuvo tres días en ayuno. Mientras tanto, Dios le ordenó a Ananías que