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Futuro sin empleo
EN ESTE VERTIGINOSO SIGLO XXI ESTÁ QUEDANDO DEMOSTRADO QUE QUIEN NO AVANZA, RETROCEDE.
Hace poco más de 10 años se hacía en este espacio una reflexión acerca del desempleo juvenil. En ese entonces se hacía una comparación entre las generaciones Y y Z. Generaciones que, igual que las de sus padres, la Generación X, nacida entre 1965 y 1980, “sufrirán por la falta de empleo”. Salvo que, como la realidad ahora lo demuestra, los jóvenes recurran masivamente a la migración masiva ante la falta de creación masiva de empleo. En aquel entonces algunos sondeos indicaban que el “94% de los jóvenes guatemaltecos considera[ban] que la falta de capacitación, formación y experiencia [era] su principal problema para conseguir trabajo”. Situación que solamente ha empeorado en la medida que la educación pública sigue sumida en una crisis crónica de la cual difícilmente saldrá en el mediano plazo. No se diga nada acerca de los estragos que dejó en la formación de los jóvenes la forma en que se hizo frente a la pandemia. Basta con leer lo que escriben los colegas expertos en educación esta sección para constatar el retraso que tiene el país en la educación primaria y secundaria, no se diga en todo lo relacionado con las ciencias, tecnología y matemáticas; conocimientos vitales para cualquier tipo de empleo existente, no se diga para los empleos del futuro.
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En aquel entonces no tenía mucho sentido hablar de los empleos del futuro o del futuro del empleo; si ni siquiera se podían resolver los problemas contemporáneos, mucho menos los del futuro. Para bien o para mal, el futuro de aquel entonces ya está aquí y, en buena parte, también se ha adelantado. Aunque en ese entonces se sabía de la irrupción de la inteligencia artificial y la robótica en el ámbito laboral, se veía muy distante el momento en que se pudiera tener un fácil acceso a estas tecnologías. Aunque no sea de uso comun, todavía, basta con explorar las herramientas de inteligencia artificial de libre acceso en el Internet para dimensionar la amenaza que representa esta tecnología para cierto tipo de empleos. En otros países se ha comprendido que la forma más directa de afrontar este problema es mejorando la calidad de la educación, facilitando la creación de empleos y la contratación de jóvenes. Diez años después de la reflexión original, los rápidos cambios tecnológicos, sumados a la crisis de la educación pública y a la incapacidad crónica para generar empleo en el país proyectan una sombra desconsoladora sobre el futuro del mercado laboral. ¿Futuro del empleo o empleo sin futuro? En este vertiginoso Siglo XXI está quedando demostrado que quien no avanza, retrocede; no se han podido crear los empleos que se necesitan actualmente y ya se están perdiendo los empleos del futuro.
MIENTRAS INVESTIGO A LOS CANDIDATOS PARA LOS DIVERSOS PUESTOS PÚBLICOS QUE VAN A DISPUTARSE ESTE 25 DE JUNIO, ME HAGO ESTA PREGUNTA.
Sé que la frase con la que titulo mi columna proviene del ensayo que publicó Carol Hanisch, figura del Movimiento de Liberación de las Mujeres en Estados Unidos, en 1969, y hace alusión a las “experiencias personales con la estructura política y social”, dentro de un contexto muy específico: la segunda ola del feminismo, que cobraba una nueva fuerza en aquellas décadas. Sé también —o lo anuncio, más bien— que esta columna no tiene que ver con el feminismo retratado en aquella frase, aunque sí con algunas de las narrativas que emergen de ella. En el contexto de la campaña electoral 2023 en el país, esta frase ha surgido mientras investigo a los candidatos para los diversos puestos públicos que van a disputarse este 25 de junio: ¿Será que en estas elecciones lo personal también es político?

Vamos a ello.
Si lo personal es político o no, debiera ser una cuestión para interrogarse desde dos perspectivas: la del candidato que opta por ser electo a un puesto y la del elector que decide si votarle o no. ¿Lo personal es político? Reflexionemos.
Como candidato, ¿acaso la decisión para postularme a un puesto público debe traer consigo la decisión de desnudar y ventilar mi información privada y sensible? ¿Qué tanto vale mi privacidad y qué tanto importa mi vida personal para la obtención de un puesto público? ¿Es relevante? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Mis decisiones personales son de interés nacional? ¿Será que como candidato soy realmente libre si politizo mi vida privada sabiendo que al compartirla tendré capacidad para poder transformar opiniones en votos? ¿Será que puedo elegir si compartir mi vida privada o no? ¿Importa cómo e Ami dinámica familiar, matrimonial y social para las exigencias del puesto? ¿Se es presidente o padre de familia? ¿Se es madre o diputada del Congreso? ¿Se es alcalde o amigo? ¿Qué papel juegan las redes sociales en todo esto? ¿Hemos renunciado ya a la privacidad como tal por el hecho de abrir una cuenta en redes sociales, utilizarla para actividades proselitistas y comercializar con la divisa digital, que es la información personal y no necesariamente el dinero?
Como electores, ¿motivamos una campaña limpia y un debate de altura al exigir candidatos híper expuestos, que ventilen tramas y dramas personales y que cuestionen, con autoridad mesiánica, los actos privados de sus contrincantes? ¿Qué tanto nos sirve la información personal de un candidato para asegurar su eficiencia en un puesto público?
“SI SOLO TE QUEDAN TRES TIROS Y ANDÁS EN LAS TRINCHERAS, NO LE DISPARÉS A LAS SOMBRAS”. –IGNACIO SARAVIA SOLARES (1892–1920), VOLUNTARIO GUATEMALTECO QUE COMBATIÓ CON LAS TROPAS FRANCESAS –Y FUE CONDECORADO –DURANTE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL; POSTERIORMENTE ASESINADO AQUÍ POR LOS ESBIRROS DE ESTRADA CABRERA DURANTE LA “SEMANA TRÁGICA” DE 1920.
Conforme al libreto del régimen, estamos inmersos dentro de “los noventa días” (conveniente y eficazmente disminuidos por el tradicional feriado de Semana Santa) en los que “se puede hacer campaña electoral”. Sabe el régimen, perfectamente, que en ese cortísimo período es matemáticamente imposible dar a conocer satisfactoriamente nuevas opciones políticas, menos aún comparar propuestas programáticas y hacerse un juicio ecuánime acerca de lo más conveniente para la Nación. Nuestro régimen aborrece –y por ende dificulta– la auténtica discusión pública, esa que se materializa con posturas sobre la problemática nacional, entrevistas periodísticas, debates entre representantes de propuestas diferentes, conocimiento de las luces y las sombras de los candidatos, etcétera, y que discurre permanentemente en las verdaderas democracias. Aquí, mediante nuestra aldeana –y perversa– Ley de “campaña anticipada”, se le da excusa a los “y las” candidatas del régimen para no tener que revelar sus pensamientos y sus verdaderas intenciones y se logra que aquellos que sí quisieran proponer ideas atractivas al público sean efectivamente silenciados, en medio de un ensordecedor “ruido mediático” ajeno. Si a eso le sumamos que varios poderosos “empresaurios” le niegan el ingreso publicitario y hasta el “tiempo de aire” a cualquier expresión mediática de las voces disidentes, la conspiración para imponer la voluntad de “la mayoría de la minoría” adquiere aires triunfalistas. Súmele a esta ensalada la proliferación de “partidos” con dueño y la inexistencia de auténticas estructuras políticas en las que nuevos liderazgos se puedan expresar y competir por el favor del público y tenemos ese perfecto “sistema político sin auténticos partidos políticos” que caracteriza a nuestra atribulada Guatemala. El régimen sabe que un electorado deliberadamente confundido y desmoralizado, enfrentado a un “cartón de lotería” de casi dos docenas de virtuales desconocidos, está propenso a abstenerse, a votar “mulo”, digo “nulo” y en general, a diluir la oposición efectiva entre docena y pico de opciones inocuas. Fue así como Timo Chenko logró ser Presidente a pesar de sólo haber obtenido en primera vuelta apenas seiscientos mil y pico de votos en un país con unos diez millones de ciudadanos en edad de votar.
