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Prisa y calma en balance: estrategias para un ritmo de vida consciente

Por Sofía Delgado*

Vivimos en una época en la que todo parece correr. Los mensajes llegan en segundos, las decisiones se toman en minutos y los sueños, si no se concretan pronto, parecen perder valor. Sin embargo, cuanto más rápido giramos, más fácil es perdernos en el vértigo. Hace tiempo entendí que no se trata de elegir entre lo rápido o lo lento, sino de aprender a moverse con conciencia entre ambos ritmos.

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Durante años me creí eficiente por vivir acelerada. Mi jornada era una sucesión de pendientes, reuniones, notificaciones y cafés fríos. Todo debía resolverse ya, como si cada pausa fuera una amenaza para el progreso. Pero detrás de esa aparente productividad había una pérdida silenciosa: la desconexión con lo esencial. No escuchaba mi cuerpo, no saboreaba una conversación y, sobre todo, había olvidado disfrutar del camino.

Un día, por simple agotamiento, me detuve. No fue una decisión heroica, fue un acto de supervivencia. En ese silencio forzado, redescubrí algo que la prisa me había robado: la capacidad de observar. Mirar un árbol, cocinar sin mirar el reloj, escribir una idea sin pensar en su utilidad inmediata. Comprendí que la lentitud no es lo opuesto a la eficacia, sino una forma más profunda de atención.

Desde entonces, trato de vivir en una especie de “ritmo dual”. Hay días en que avanzo rápido, cuando la energía fluye y las circunstancias lo permiten. Pero también aprendo a frenar, a dejar que las cosas maduren. No todo tiene que ser inmediato para ser valioso. Algunos proyectos —y también algunas emociones— necesitan tiempo de reposo, como el vino o las ideas que se asientan después de una noche de sueño. Encontrar el equilibrio perfecto entre lo rápido y lo lento es un arte que cada quien debe practicar a su manera. No hay una fórmula universal. Para algunos, puede significar meditar cinco minutos antes de encender la computadora. Para otros, reservar un día de la semana sin pantallas. Lo importante es reconocer que el tiempo no es un enemigo, sino un aliado que se amolda a nuestras decisiones.

En el mundo del emprendimiento y la creatividad, esta lección se vuelve crucial. La innovación necesita velocidad, sí, pero también pausa para reflexionar, ajustar, mejorar. Las ideas más potentes suelen nacer de un cruce entre el impulso y la contemplación. Como decía el arquitecto italiano Renzo Piano, “la lentitud permite pensar rápido”. Esa aparente paradoja encierra una sabiduría profunda.

Hoy, cuando me descubro volviendo a la prisa, respiro y me recuerdo que la vida no es una carrera de relevos. Nadie me está esperando en la meta con una medalla. La única competencia que vale es con mi propio bienestar. Y para ganar esa carrera, tengo que saber cuándo correr y cuándo caminar. No siempre logro mantener ese equilibrio. A veces me acelero sin darme cuenta; otras, me detengo demasiado. Pero cada día que intento sintonizar con mi propio ritmo siento que estoy más cerca de mí misma. Y eso, creo, es lo más parecido a encontrar el equilibrio perfecto entre lo rápido y lo lento.

* Columnista invitada de Virtuanex Magazine

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